Las mujeres de Kieslowski


Puede que se cumpla aquello de que empiece el mito cuando el genio muere, aunque siempre fuese genio. Lo atemporal frente a lo rutinario hace que resulte ahora inspirador, imaginarse a aquellos personajes femeninos de la Europa no globalizada, manejándose por la vida con otro tipo de conductas. Esas mujeres que con tanto tino reflejó Kieslowski en su filmografía, eran capaces de sobrellevar un momento de incertidumbre nacional, pero no renunciaban a enamorárse por la calle, u obsesionarse con amores idílicos que localizaban observando a través de las ventanas de edificios contiguos de la ciudad de Varsovia, otros tiempos.
La perseverancia de aquellas mujeres curadas de espanto y desengaños, a revivir un amor enérgico y pasional en mitad de aquellos inviernos. Mujeres llenas de paradojas; naturales pero misteriosas, cautas pero provocadoras que arriesgaban con telas gaseosas y coloridas que se abrían paso en el clima, y contrastaban más de lo que lo hacían sus pálidas pieles con la nieve posada. Todas ellas, se recreaban en la soledad, y aún así evitaban ser víctima de lo desapercibido. Marcaban las caderas y los pómulos de forma sugerente, pese a debatirse con una amenazante fé cristiana, y un decálogo de mandamientos como pauta irrefutable en la época, con directrices que persisten en la actualidad.

"Lo que me fascina de los mandamientos, es que todos estamos de acuerdo en el hecho de que son justos, pero al mismo tiempo los violamos todos los dias".- Declaraba el director polaco.

Por eso, las enfrentó a ellas (y a nosotros), a cada uno de esos pecados de la humanidad con los silencios de sus personajes; los que las perseguian en la intimidad recordándoles todos esos miedos y frustraciones, pero también sus pasiones, que las arrastraban hacia conductas peligrosas que regian sus vidas, y les creaban profundos debates morales entre el deber y el querer.


NOTA MENTAL: Los debates entre el deber y el querer, no deberían resolverlas las instituciones, sino las intuiciones de uno mismo.

Volver a navegarlo


No es que rechace tierra firme, ni sea tan duro y cortante como las rocas afiladas de un río, ni deseo parecerme a esos salmones que vuelven a contracorriente del mismo para tornar al lugar donde nacieron a asentar sus huevos. No soy inerte y previsible como el musgo que se forma a las orillas dejando pasar el tiempo hasta que una sequía amarilee sus raíces y muera.

Simplemente me gusta navegar este río, acomodarme en esta pequeña balsa que he hecho mía, y notar como el flujo del agua nos va guiando por cada uno de los entresijos que la corriente ha preparado. Notar que aunque el sonido del agua de alrededor quiere hacerse notar acelerada como las alas de los pájaros que aprovechan a beber en su superficie, las plantas de mis pies siguen notando la madera firme, desafiando el agua con un aspecto tan rígido y natural que flota sobre ella. Un espacio desde donde mirar el devenir del río, y disfrutar introduciendo las manos hasta notar esa fluidez, ese intento vago del agua, de pertenecer a un mundo sólido, al encontrarse en corriente con el tacto de los dedos.
Viajar desde aquí arriba, no es lo mismo que caminar por el pedregoso sendero que recorre el río por su orilla. Solo desde aquí, y aunque vuelva a revivirlo, siempre son distintos mis movimientos. Al cerrar los ojos cuando anochece, no imagino cada piedra del camino inmóvil y fiel a su posición habitual como lo hacía cuando disfrutaba del torrente desde esa margen pétrea inquebrantable. Ahora se cierran, y los recuerdos se amontonan en mi mente como nuevas experiencias que hacen que mi cuerpo no se canse al revivirlas, y mantenga esta inquietud por retomar el viaje, por volver a navegarlo.

Por eso miro esta balsa fijamente, a solo un palmo de mi cara, y acaricio sus vetas para percibir y arreglar cualquier pequeño defecto que surja en su superficie y haga hundirme y desaparecer en el río en el que tanto he disfrutado. Mientras la observo, me pregunto qué propiedad de esta madera es la que después de haber sido despojada de su árbol, y de su supervivencia, la hace capaz de hacerme flotar sutil y elegante por la superficie, entregándome tanta vida.