Puede que se cumpla aquello de que empiece el mito cuando el genio muere, aunque siempre fuese genio. Lo atemporal frente a lo rutinario hace que resulte ahora inspirador, imaginarse a aquellos personajes femeninos de la Europa no globalizada, manejándose por la vida con otro tipo de conductas. Esas mujeres que con tanto tino reflejó Kieslowski en su filmografía, eran capaces de sobrellevar un momento de incertidumbre nacional, pero no renunciaban a enamorárse por la calle, u obsesionarse con amores idílicos que localizaban observando a través de las ventanas de edificios contiguos de la ciudad de Varsovia, otros tiempos.
La perseverancia de aquellas mujeres curadas de espanto y desengaños, a revivir un amor enérgico y pasional en mitad de aquellos inviernos. Mujeres llenas de paradojas; naturales pero misteriosas, cautas pero provocadoras que arriesgaban con telas gaseosas y coloridas que se abrían paso en el clima, y contrastaban más de lo que lo hacían sus pálidas pieles con la nieve posada. Todas ellas, se recreaban en la soledad, y aún así evitaban ser víctima de lo desapercibido. Marcaban las caderas y los pómulos de forma sugerente, pese a debatirse con una amenazante fé cristiana, y un decálogo de mandamientos como pauta irrefutable en la época, con directrices que persisten en la actualidad.
"Lo que me fascina de los mandamientos, es que todos estamos de acuerdo en el hecho de que son justos, pero al mismo tiempo los violamos todos los dias".- Declaraba el director polaco.
Por eso, las enfrentó a ellas (y a nosotros), a cada uno de esos pecados de la humanidad con los silencios de sus personajes; los que las perseguian en la intimidad recordándoles todos esos miedos y frustraciones, pero también sus pasiones, que las arrastraban hacia conductas peligrosas que regian sus vidas, y les creaban profundos debates morales entre el deber y el querer.
NOTA MENTAL: Los debates entre el deber y el querer, no deberían resolverlas las instituciones, sino las intuiciones de uno mismo.