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Ya hace tiempo hablé de un ser, y no cambié de parecer.
Señor Cuesta es conocido, jubilado aún sin deber.
En ascensor baja acechante con su mujer y su carpeta,
y aunque no bese por delante si su puñal detrás no aprieta,
solo es usted contable, señora Panceta.
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De la comunidad se creyó dueña, y aunque el bolsillo nunca enseña,
acusar es su afición. Envidiando la nobleza de la que anoche se encaró.
Encargada de la limpieza y la que al presente parió.
Quince años con el cargó, ninguna reclamación,
ahora no gusta a la becaria y pretende su dimisión.
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Los vecinos no la apoyan por saber la condición,
de ella, gorda insatisfecha y él enfermo, loco y cabrón.
Esperó a que la señora empezase su labor,
que tomase hasta la escoba y a su marido encomendó:
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-Hasta en la sopa vas a verme, yo te voy a controlar,
que friegues lo que te toca y no pares ni para hablar.
¿Algo esconde el señor Cuesta, en el bolsillo del pantalón?
Señor Cuesta no es más que un triste y pobre viejo acosador.
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Nota Mental: Perdón, porque la poesía nunca se dedicó a hijos de puta.