Lactancia a los veinte

Hoy me he levantado para ir a la universidad, y le he dicho a mi madre que me prepare el almuerzo para el recreo. Mientras me duchaba, ella me refregaba con una esponja las orejas hasta dejarmelas rojas como dos pimientos de piquillo;"limpiate que luego guarra me llaman a mí". Unos minutos después, Peter me tocó el timbre, y entró en casa esperando que me calzase las katiuskas y mi chubasquero. Mami siempre espera en la puerta hasta ver como me monto en el autobús y me despido de ella y de Chuster, mi perro. En clase siempre está el señor Timothy con su traje gris, esperando que todos tomemos nuestra bata de la percha y nos portemos bien. Quizás así nos deje jugar con la plastilina.

Si, porque he vuelto a la infancia, pero de un modo un poco irreal, como en las películas edulcoradas yankis de domingo tarde. En mi universidad (privada, dicho sea de paso), se les ha ocurrido la magnifica idea de asignar un semáforo a cada estudiante, que solo estará verde cuando tu asistencia sea completa. En caso de faltar dos días injustificados, llegará un bonito sobre a casa explicando educadamente que "el semáforo de su hijo está en ambar, y que en caso de que siga con esa actitud se volverá rojo y perderá el derecho a examen".

Puede que parezca dificil comprender como un licenciado pueda llegar a cometer estas gilipolleces y mirar a su familia sin ningún tipo de verguenza a la hora de cenar, pero ocurre, y yo se porque:

Cuando te dan un título tus neuronas y el sistema cardio vascular comienzan a relevarse contra tu persona, y a enviar sangre a la zona del cerebelo inundándolo por completo. Esto conlleva un exceso de oxigeno en el cortex, provocando ataques de originalidad estúpida, y un aumento de peso en la nuca que hace que mires por encima del hombro a tus inferiores. Ya veis, hasta los inutiles tienen coartada científica.

Dedicado a Vanessa, una victima...Revolución!