Las esquinas del corral

La esquina del corral
Oskar Santamaria. Enero 2002

Nada más entrar en casa empiezo a notar un olor a embutido. Intuyo que la abuela ha preparado unos cortes de queso y salchichón para que merienden sus nietos, que aún están creciendo. En el pueblo no hay cabida para los régimenes, los vegetarianos, los boicots a las vigilias, los ateos, o los antitaurinos, y todavia se mira mal a las divorciadas, las viudas arrejuntadas, las mal-peinadas, las persianas sucias, los maridos desaliñaos y los hijos solteros o "chicos viejos". Pero sobre todo el hecho de que alguien no visitase a otro cuando estuvo en el hospital marca las amistades y enemistades de los pueblos de los abuelos.

El abuelo siempre pregunta por las novias, y los estudios. Siento que se encuentra incómodo al pensar que la excesiva tranquilidad de ese pueblo pueda aburrirme o decepcionarme, pero ni siquiera la vida que yo he querido tener me libra del aburrimiento muchas veces.
Me gusta ver como nos da cosas de la huerta para que llevemos, y reparte garrafas de su vino, aunque ya casi no puede hacer la bendimia, y sabe que pronto tendrá que dejar la viña porque se van haciendo mayores, y "los años no pasan en balde". Poco a poco tienen que renunciar a caprichos como esos en los que se sienten útiles.
Nunca me doy cuenta de que espero que esto pase por muchos años, hasta que nos montamos en el coche y nos despedimos, y la abuela me planta cuatro besos ansiosos en cada mejilla, y el abuelo no dice nada, solo intenta retener en la memoria todo lo que ocurre. Vuelven a quedarse solos.

1 comentario:

malatesta dijo...

Tampoco se te dan mal los pinceles a tí, no. Y es curioso porque el tema es el mismo que en el último que colgué: queremos retener esos instantes con nuestros mayores que sabemos que, por ley natural, no pueden durar eternamente.